Después de dar mil
vueltas por los recovecos de Internet tratando de establecer el origen histórico
del gato, he vuelto con un saco de suposiciones y sólo un puñado de certezas.
Una de las cosas en
la que los expertos parecen estar de acuerdo es en que todos los gatos domésticos
actuales provienen del gato salvaje norteafricano llamado Felis Silvestris Lybica, del
que afortunadamente aún se pueden encontrar ejemplares vivos (lo podemos ver en
esta foto de Klaus Rudolff).
Menos acuerdo hay a
la hora de determinar en qué momento el gato se acercó al hombre. Los estudios
más avanzados se inclinan por llevar esta relación 10.000 años atrás, pero la
verdad es que hay opiniones para todos los gustos.
La lógica nos dice
que el gato se asoció con los humanos cuando éstos dejaron de ser nómadas y se
convirtieron en agricultores. Sus depósitos de grano atraían a multitud de
roedores, y los gatos, siempre oportunistas, vieron en los poblados un
maravilloso terreno de caza.
Los humanos comprendieron
el beneficio de tener a aquellos “mataratones” cerca y facilitaron el
encuentro, porque protegían sus cosechas y evitaban muchas enfermedades
transmitidas por las ratas. Por lo tanto, a diferencia de otros animales
domesticados, el gato llegó a nuestras vidas en calidad de “comensal”, aunque
hoy se haya convertido en un compañero al que mantenemos por puro placer, por
puro cariño.
Si bien los primeros
casos de domesticación se dieron en la isla de Chipre hace casi diez milenios,
la cultura que mejor acogió y valoró al gato fue la egipcia. Además de dejarlos
vivir en libertad en sus campos y en las calles de sus ciudades, muchas
familias recogían bebés de gato de carácter suave y los criaban en el hogar con
una actitud cordial y tolerante.
Con el tiempo el
cariño de los egipcios por este animal fue aumentando hasta llegar al punto de
considerarlo sagrado, incorporando su imagen a la de sus dioses, como es el
caso de la diosa Bastet, representada con cuerpo de mujer y cabeza de gato, que
protegía el
hogar y simbolizaba la alegría de vivir, la armonía y la felicidad.
De hecho, cuando el gato de casa
moría, los egipcios pudientes los embalsamaban y se rapaban las cejas en señal
de duelo.
En Egipto el gato era considerado
un benefactor capaz de conjurar las hambrunas y las pestes.
Los hombres tuvieron
sin duda que acomodarse a la presencia del Felis
Silvestris Lybica, pero también los gatos se vieron obligados a luchar
contra su propia naturaleza solitaria, territorial e independiente. Perfeccionaron
su sistema comunicativo y social para prender a compartir el territorio con
otros gatos y con las personas, integrándose en colonias de las que recibir
apoyo y refugio. Luego, desde Egipto,
los gatos serían exportados al continente europeo.
No siempre
estuvieron tan bien considerados los gatos, como ocurriría más tarde en el
período oscuro de la Edad Media. Pero como al ser diezmados los cazadores las
ratas empezaron a reproducirse libremente, apareció la “muerte negra”, la terrible
peste bubónica, que se transmitía por la picadura de una pulga que
transportaban las ratas negras y que mató a 25 millones de personas en la
Europa del siglo XIII.
Aprendida la lección
por los humanos, el gato volvió a tener su buena prensa de siempre llegando así
a nuestros días en los que ni satánico, ni divino, lo consideramos básicamente un
compañero.