miércoles, 24 de junio de 2015

UN AMOR DE CONVENIENCIA QUE HA DURADO 10.000 AÑOS


Después de dar mil vueltas por los recovecos de Internet tratando de establecer el origen histórico del gato, he vuelto con un saco de suposiciones y sólo un puñado de certezas.

Una de las cosas en la que los expertos parecen estar de acuerdo es en que todos los gatos domésticos actuales provienen del gato salvaje norteafricano llamado Felis Silvestris Lybica,  del que afortunadamente aún se pueden encontrar ejemplares vivos (lo podemos ver en esta foto de Klaus Rudolff).




Menos acuerdo hay a la hora de determinar en qué momento el gato se acercó al hombre. Los estudios más avanzados se inclinan por llevar esta relación 10.000 años atrás, pero la verdad es que hay opiniones para todos los gustos.
La lógica nos dice que el gato se asoció con los humanos cuando éstos dejaron de ser nómadas y se convirtieron en agricultores. Sus depósitos de grano atraían a multitud de roedores, y los gatos, siempre oportunistas, vieron en los poblados un maravilloso terreno de caza.
Los humanos comprendieron el beneficio de tener a aquellos “mataratones” cerca y facilitaron el encuentro, porque protegían sus cosechas y evitaban muchas enfermedades transmitidas por las ratas. Por lo tanto, a diferencia de otros animales domesticados, el gato llegó a nuestras vidas en calidad de “comensal”, aunque hoy se haya convertido en un compañero al que mantenemos por puro placer, por puro cariño.

Si bien los primeros casos de domesticación se dieron en la isla de Chipre hace casi diez milenios, la cultura que mejor acogió y valoró al gato fue la egipcia. Además de dejarlos vivir en libertad en sus campos y en las calles de sus ciudades, muchas familias recogían bebés de gato de carácter suave y los criaban en el hogar con una actitud cordial y tolerante.
Con el tiempo el cariño de los egipcios por este animal fue aumentando hasta llegar al punto de considerarlo sagrado, incorporando su imagen a la de sus dioses, como es el caso de la diosa Bastet, representada con cuerpo de mujer y cabeza de gato, que protegía el hogar y simbolizaba la alegría de vivir, la armonía y la felicidad.
De hecho, cuando el gato de casa moría, los egipcios pudientes los embalsamaban y se rapaban las cejas en señal de duelo.
En Egipto el gato era considerado un benefactor capaz de conjurar las hambrunas y las pestes.

Los hombres tuvieron sin duda que acomodarse a la presencia del Felis Silvestris Lybica, pero también los gatos se vieron obligados a luchar contra su propia naturaleza solitaria, territorial e independiente. Perfeccionaron su sistema comunicativo y social para prender a compartir el territorio con otros gatos y con las personas, integrándose en colonias de las que recibir apoyo y refugio. Luego, desde Egipto, los gatos serían exportados al continente europeo.
No siempre estuvieron tan bien considerados los gatos, como ocurriría más tarde en el período oscuro de la Edad Media. Pero como al ser diezmados los cazadores las ratas empezaron a reproducirse libremente, apareció la “muerte negra”, la terrible peste bubónica, que se transmitía por la picadura de una pulga que transportaban las ratas negras y que mató a 25 millones de personas en la Europa del siglo XIII.




Aprendida la lección por los humanos, el gato volvió a tener su buena prensa de siempre llegando así a nuestros días en los que ni satánico, ni divino, lo consideramos básicamente un compañero.